RadioBlog: Minuto 92

Adiós amigo

Ha muerto Pepe Salamanca. Nunca antes como ahora, he tenido la impresión de que a un tipo que ha vivido tanto, 90 años, le haya faltado tanto tiempo, se le haya hecho la vida tan corta como a él. Uno entiende, piensa, que cuando llegue a esas edades y mucho antes, el cuerpo te pedirá descansar, estar tranquilo con los tuyos, leer, ver amaneceres y atardeceres y recordar lo vivido.

Pero Pepe no ha sido nunca un tipo de pasado. Ha sido, es y será siempre un tipo de proyectos, de futuro. Todos los que lo hemos conocido y querido hemos comentado alguna vez lo asombroso de las fuerzas que sacaba no se sabe muy bien de dónde para pensar en nuevos proyectos, en nuevos retos, en nuevos horizontes.

Escuchando estas palabras, quien no lo conozca podría pensar en un hombre egoísta. Nada más lejos de la realidad. Todos esos proyectos, todos esos retos, todos sus horizontes tenían siempre nombres y apellidos ajenos, en la mayoría de los casos desconocidos para él.

Su afán, su obsesión era que los más pequeños practicaran deporte, que utilizaran el deporte para formarse como personas, para aprender valores y ser mejores. Un circuito de tenis aquí, un torneo de tenis de mesa por allá, un circuito de fútbol o voley playa por acullá, un torneo de tenis internacional con el que ponernos delante a figuras de categoría de las que aprender. Y siempre esa cabecilla bullendo y bullendo.

En sus últimos años, lo vimos encorvado por el peso de la experiencia, sabedor ya de que había enfilado la recta final de su larga maratón deportiva, pero siempre con algo nuevo en la cabeza. No hace mucho me propuso un nuevo proyecto, que desgraciadamente no ha podido llevarse a cabo. Quizás haya sido una herencia para quien la quiera asumir.

LO que sí puedo decir, lo que me veo obligado a decir es que de Pepe, desde que lo conocí como un mal tenista de cantera, hasta que pude echar una mano en alguno de sus muchos proyectos deportivos, siempre supe que su principal legado era, sobre todo, un concepto: el trabajo desinteresado.

Un concepto difícil de aprender y prácticamente en extinción en nuestros tiempos. Por eso a él se le han quedado pequeños todos los títulos, todos los reconocimientos, todos los homenajes. Presidente de honor en clubes y federaciones, hijo predilecto, escudo de oro de su ciudad, Almería, una calle y miles de actos de gratitud hacia esa forma de dejarse la piel por el deporte.

Y todo se le ha quedado pequeño porque él no buscaba nada de eso. Su mejor recompensa fue siempre un flexo en el pequeño, oscuro y humilde despacho de un club de tenis modesto, una pista de cemento o de tierra desde la que ver a los chavales compitiendo por pasar de ronda, el abrazo de un padre o el cariño de un chaval que, desde muy pequeños, hemos sabido que este hombre al que todos hemos conocido ya viejo pero inacabable, incombustible, tenía y quería mucho para enseñarnos.

Gracias Pepe. Ya sabes que aquí me tienes.

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