El Almería, y con él todos, se llevó ayer en Vallecas un buen golpe de realidad. El Rayo, que venía de tragarse uno tras otro seis chicharros en un campo que tampoco es Alfield Road, el de Vigo, frenó en seco cualquier atisbo de euforia y de pensar, después de habernos convencido de que teníamos ya los dos pies en Segunda, que esto de la salvación estaba ya en el bolsillo.
Nosotros, los aficionados del Almería, conformamos un peligroso cóctel Molotov en cuanto a lanzar las campanas al vuelo, puesto que en nosotros se juntan el espíritu efímero de las cosas que tanto caracteriza al mundo del fútbol con el aquí te pillo y aquí te mato tan almeriense. Vamos, que una victoria nos parece sinónimo de jugar la Champions y una derrota nos coloca al borde de la desaparición, sin solución de continuidad. Así somos, reconozcámoslo.
Y contra todas esas reacciones inmediatas tan nuestras, está el socorrido vistazo a la clasificación y a lo que nos queda por delante. Si se hace caso a la clasificación de la Federación, estamos en zona de descenso, a tres del Deportivo y cuatro del Levante, aunque con el average perdido con este último. Si miramos la de la Liga, estamos fuera, empatados a 28 con el Dépor, que quedaría por debajo y en Segunda, a uno del Levante y a tres del Elche.
Y todo ello cuando a esto le quedan seis pelaos: el Almería tiene que viajar al Bernabeu y al Pizjuán, con lo que cualquier cosa que nos cayera en los desplazamientos sería casi un milagro. Queda claro que la salvación está en los cuatro encuentros que tendrá que jugar en casa el equipo de Sergi. Son doce puntos de los que casi habría que asegurarlos todos, como poco nueve. El próximo domingo, el Éibar a las cinco; al lunes siguiente el Celta, después el Málaga y en la última jornada el Valencia.
No sé vosotros, pero yo lo único que veo claro es que, de esos cuatro partidos en el Mediterráneo, el más propicio es el de esta semana ante el Éibar. ¿O no?
