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Esa jodida costumbre tan española

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Amén de recordaros que nada es eterno, que en menos de doce horas, ayer, un seleccionador de fútbol que se apremiaba para empezar un Mundial y un ministro de Cultura con apenas una semana en el cargo, han colocado delante de sus cargos esa partícula lingüística que tanto le gusta a nuestro Paco Navarro, la de ‘ex’, hoy no puedo por menos que tratar el tema de nuestra selección de fútbol.

Eso sí, no sin antes confesar que ayer llegué a sentirme mal al escuchar al dimisionario ministro, regañarnos a todos por haber tenido que salir corriendo, al saberse que había defraudado a Hacienda. Simplemente decirte, querido Maxim, que yo también amo a la Cultura y, sin embargo, ello hasta ahora no me ha librado de pagar impuestos; es más, muchos impuestos, para mi gusto siempre, claro.

Pero vamos al lío; y el lío es que España debuta mañana ante la Portugal de Cristiano, jugador del Real Madrid, en el Mundial de Rusia.

Hasta hace cuatro días, España tenía un seleccionador que parecía saber lo que tenía entre manos, un director deportivo con título de entrenador, una selección que no había generado demasiada controversia en la elaboración de la lista y un presidente; calvo, algo arrogante, inexperto y recién llegado, pero un presidente al fin y al cabo.

Hoy, la selección española tiene de entrenador al que era director deportivo, tiene al presidente desquiciado y dándose calamonazos en su calva cabeza contra la pared y al entrenador habiendo tenido que coger la maleta de manera precipitada para salir corriendo hacia España antes de que el otro, el calvo, le cambiara el billete de vuelta por uno a Siberia con gastos pagados hasta 2020, que fue la fecha en la que ambos acordaron renovar su contrato hace poco más de un mes.

¿Qué ha pasado entre medias? Sinceramente, lo que ha pasado ha sido el ciclón Florentino, la actuación de un gran empresario, un tipo hecho a sí mismo y que ha llevado al Real Madrid a sus más altas cotas de éxito desde Santiago Bernabeu, pero al mismo tiempo un tipo sin ningún tipo de escrúpulos, que no se para ante nada ni ante nadie, que incluso es capaz de desestabilizar a la mismísima selección española y a un país que se disponía a ser secuestrado por la televisión durante el próximo mes para cantar los goles del equipo de Julen.

En mi opinión, no hay duda de que Florentino es el primer culpable, porque desencadena unos hechos que no tenían otro camino que el que ha seguido. Conste que no puedo yo poner la mano en el fuego porque no hubiera hecho yo lo mismo, de ser él; como tampoco dudo mucho de que, en caso de haber recibido la oferta que él ha recibido, no hubiera yo respondido lo mismo que Lopetegui; y como igualmente sospecho que yo, en la tesitura de Rubiales, también me hubiera ciscado en las tetas de la gallina como ha hecho él.

Entonces, ¿esto no se podía haber evitado? Rotundamente sí. Todos, los tres actores principales del juego han podido evitarlo. Florentino podía haber mirado para otro lado, porque entrenadores hay miles, o haber llegado a un acuerdo con Julen y no haberlo comentado con nadie, o haber cerrado el acuerdo antes y haberlo anunciado con normalidad y de la mano con la Federación; Julen podía haber dado el sí a Florentino en privado y haberlo emplazado a la firma tras el Mundial o incluso podía haberle pedido hacerlo oficial hace una semana o que guardase el secreto un poco mejor; incluso podría haber pactado no anunciarlo ni reconocerlo bajo ningún concepto hasta después del campeonato, provocando sin duda muchos rumores, pero que bien podrían haber sido cortados por la indiferencia del primer día. Y Rubiales, ¡ay Rubiales! Nuestro bisoño presidente simplemente tenía que haberse dado una ducha de agua fría, haber contado hasta diez y, sobre todo, haber mirado más en la mochila del bien de la selección que en el del agravio vivido en carnes propias.

A Rubiales le ha perdido el ataque de cuernos y no se ha dado cuenta, el muy bruto, e que la que acababa de descubrir en la cama con otro era, ni más ni menos, que la madre de sus hijos, la madre de nuestra selección. Es esa jodida costumbre española de convertir una cagada en un estercolero.

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